jueves, mayo 13, 2004

Quemando la tierra

Autor: Yanett Polanco

A veces somos tuna y a veces somos agua
nos picamos la carne y al sediento ayudamos
y nos entorpecemos y crecemos
pulverizando a veces nuestros sueños

Somos una vorágine de contradicciones
donde nos hacen daño todas las confusiones
tengo curiosidad de a donde vamos
y me quedo dormida imaginando
y me pierdo los años por tanto desencanto

Soy de aquí como tú y allí vamos andando
y nos vamos quemando y separando
la casa la rompimos y es como un mal presagio
nos llena hasta el futuro de gusanos
y un jardín solitario, encerrado en nuestras manos
nos suaviza el terror y lo quebrantos

Voy a rezarle a Dios en aquel patio
y que el sol queme mis ojos ahogados en el llanto
bailaré las canciones de los miedos
porque tengo este pecho destrozado

Y escribo de estas cosas y es un llanto
porque veo a la gente corriendo sin pensarlo
y yo que voy atrás de golpe me levanto
miedo por todos lados, los huesos, el espacio

La esquina que me hala pausada y sin encanto
pulveriza mis sueños con burlón desenfado
pero es mi desahogo, es mi escape al hallazgo
de la gente que a veces va por ahí cantando

Y al rato vuelven todos, vacíos y borrachos
quitándose los brazos, cayéndose a pedazos
y la tierra es tan grande y no cabemos tantos
nos hinchamos en ira y un cañón levantamos
y el alma es como oveja sin rebaño

Allá nacen los niños y mueren los ancianos
envejecen los jóvenes, los niños van andando
se van pudriendo sueños de jóvenes alzados
allí maduran jóvenes a los niños matando

Y la tierra se quema
y yo me ahogo en llanto
y la tierra se quema
y pocos van rezando

Sólo quiero paz para Venezuela y la tierra entera!



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viernes, mayo 07, 2004

Mi casa

Autor: Yanett Polanco

Mi casa es la tierra, con su sol bañándole la espalda y las nubes azules, sirviéndole de almohada.
Los árboles, moviendo suavemente sus hojas, en las ramas, caricias que me inundan de calma.
En ella están mis padres, mi hijo y los amigos, el hombre tan amado, que en su pecho me guarda.

Mi casa es cuadro hermoso, por tener en su mapa, variedad de ciudades, costumbres y añoranzas.
Es el páramo frío con sus verdes montañas, es el lago caliente con su petróleo y garza.
Es el desierto extenso del médano de Coro, la cueva de Monagas con sus cantos de Guácharo.

Mi casa son los cálidos rápidos de mi bella sabana, es el llano infinito que el campesino ama.
Es el Pico de Mérida, es frontera, esperanza, es el indio, los niños, las mujeres, es la plaza.
Es la sonrisa simple de aquel que no descansa, que cuando se levanta se llena de semblanza.
Que crece, se agiganta, trabaja y no descansa y que en su caminar, lleva clara la estampa, de bandera, justicia y de mi libre patria.



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jueves, mayo 06, 2004

Olores e imágenes que matan

Autor: Yanett Polanco

Caracas es linda, vale, de eso no tengo la menor duda. El que vive en ella aprende amarla y a defenderla.

A mi me encanta Caracas. Bulliciosa ciudad, fiesta de carnaval y movimiento en el día y árbol de navidad de noche, sin nada que envidiarle a una postal de Las Vegas.

Mi Caracas, la de todos, es como una mujer, pintada y maquillada para la noche, práctica y valiente para el día. Con sus mil personalidades, llena de historias de luchas, de los recuerdos de fiestas, de temblores en la tierra, que me están tocando el alma.

Sus calles son como árboles, donde parece no alcanzar el agua, que le calme la sed, que le limpie las hojas de sus calles, falta el pincel que pinte de colores las puertas y ventanas, la paleta con cemento que le cierre las grietas, una bola de asfalto que le cierre la boca tan gritona, una muestra de amor, pero no esa, la de novela.

Un laberinto de líneas y avenidas, llena de muchos nombres y esquinas, forradas de carros viejos y últimos modelos, con sus pasajeros y pilotos, cantándose en trayectos las prosas y maldiciones, a veces implorándole a un semáforo dormido, que les llene de luces adecuada, su destino.

Aquel chico que va la escuela, el joven que viene de la gran universidad, el obrero, el ingeniero, el alcalde, el campesino y hasta el indio.

El mismo visitante, que llevará en su maleta esta foto de metrópolis, llena de olores y sabores, algunos dulces y brillantes, otros amargos y entre negros abrumantes, de niños como liebres, sentados en las aceras, un mercado mundial regado en cada esquina y de las soledades de quien pide y espera el milagrito.

Soledades y sonrisas, los grandes corredores, hacedores de la vida cotidiana, que se empujan entre si y que sin querer, pisan la grama verde que embellece algún rincón.
O aquel que cegado por su lucha individual, sembró bancos y banderas en las más hermosas de las plazas.

Los rebeldes, o lo más soñadores, idealistas, que plasman en paredes pensamientos de Bolívar, de Jesús y su doctrinas populares, precursoras de los cambios en la historia.

Ella me huele mal y no renuncia a los perfumes de la gente.
Tiene sonrisa amarga, como de moscas, es una foto fea, desde hace tiempo, mi Caracas.
Duele escribir la frase: Reina de la basura y la violencia.
Lleva un cetro de rabia y descontento.

Es moribunda y viva, mi Caracas.
A usted, que la administra y da el ejemplo, saquémonos las ganas del bolsillo, y de los pensamientos, la firmeza, agarremos la escoba y limpiemos el pueblito de Losada, que ha crecido y se hace grande por tanto desconsuelo.

Si Billo´s me leyera, sin ver a mi Caracas, sería un llanto quebrado, la frase y melodía esa, que todavía canta... ”y es que yo quiero tanto a mi Caracas...”

Y tú... que la quieres tanto, ¿Qué harías tú, por Caracas?



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lunes, mayo 03, 2004

Terapia intensiva

Autor: Yanett Polanco

Mens sana in corpore sano”
“El hombre verdaderamente sano, dice el poeta, no pide al cielo sino la salud del cuerpo con la del alma...” Máxima de Juvenal (Sátiras, X, 356)


Una rutina amarga como a tantos me acompaña. Cuando desembarco el bus que me deja a unos metros de mi destino, se repite un cuadro idéntico a muchos existentes en Caracas. Podría pintar el lienzo más sombrío, lleno de muchísimos sentimientos humanos, donde hasta la acera mojada y llena de pegostes de distintas variedades llora.

Los rostros son diferentes, algunos se repiten constantes, los de aquellos que movidos por la necesidad de buscar el sustento, armaron un tarantín clandestino a la entrada de “Emergencia”.

Están también conformando la mayoría de todos, esos rostros protagónicos de los que esperan con fe, la mejoría de sus parientes enfermos o quizá la irremediable muerte.

Todos, resignados, molestos, agraviados, indiferentes, caras tan duras por fuera y por dentro.

Hay una gran cantidad de mercadería, desde la venta del tradicional cafecito negro, con leche, chocolate, hasta la venta de diversas chucherías y artículos de primera, segunda y tercera necesidad. Tampoco faltan los cigarrillos y los puestos de comunicaciones ambulantes, atendidos por jóvenes y gente madura, muy atenta a cualquier cliente en potencia que le abulte el lugar donde guardan las monedas, un lenguaje popular y petareño, ofrece los servicios de “monederos”, trampolín para llevar comida o lo que pueda a su casa.

Piratería comunicacional. Carros estacionados a todo lo largo y ancho de un espacio recortado por una línea de moto taxis, que parece darme la bienvenida preliminar.
Ambulancias, una serie de vehículos particulares, parecen que observaran, cargados de dolor, sangre y desesperación.

El sitio que me espera es una maraña donde están juntas todas las miserias humanas, es un lugar que sólo podría ser comparado con sitios de concentración de la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde la poca humanidad que queda, viene acechada cada segundo por la imperante necesidad de supervivencia individual de los familiares, esos que por desgracia les tocó tener un pariente enfermo.
La enfermedad se vuelve una tortura para el que la padece, es un virus que contagia al que acompaña al enfermo, pues somos victimas de la inclemencia e indiferencia, donde los que tienen la labor de recibirnos y curarnos, también fueron contagiados por diversos tipo de afecciones mentales, emocionales y sociales.

Una reja oxidada y que no vio más pintura se abre a medias y hoy es un señor trigueño que me regala una sonrisa a medias, vestido con su uniforme de vigilante, a veces parece atento a ofrecer ayuda, pero su mano extendida o el susurro descarado decepciona, una especie de peaje clandestino (afortunadamente, no muy alto) te abre las puertas al sitio del suplicio.
No he pagado mis entradas, quizá me ha valido el ingenio de inventarme cualquier cosa para entrar en horarios fuera de visitas.

El camino se me hace corto en el pasillo, ya es familiar, Sala de Emergencias, con médicos jóvenes y ansiosos de aprender las novedades de las fallas tanto naturales, como aquellas producidas por distintas imprudencias causadas al organismo humano. Entusiastas, agotados, obstinados, ansiosos, desganados, malhumorados, sonrientes, sólo a veces entre ellos mismos.

El salón de clases de aquellas universidades de donde salieron, parece haberles chupado el natural jugo humano, o será que les dan cursos de cómo ser más duros, quizá alguien les apagó el corazón, para que no lloren al extraño, para que no duela el dolor de los ajenos, para que no les falte la entereza.

El hedor de los pasillos es una mezcla indescriptible, va de desagradable, a más desagradable, parece curado ante cualquier desinfectante, ese que no ve con mucha frecuencia.
Abierto a mis pasos, grupos de personas, aquí y allá, enfermeras, camilleros y hasta doctores!

Sí, Doctores! los ves por todos lados, aunque son pocos los que están donde deben y a los que encuentras cuando los buscas. Tengo la certeza debido a mi experiencia en estos últimos cuatro meses, que aquellos médicos abnegados y amantes de tan noble profesión, como lo es la medicina, pasaron a formar parte de un espécimen en extinción. Igualmente aquella actitud de quedarse en su sitio de labor tiempo extra, hasta resolver el caso, suministrar el medicamento indicado o quien sabe, realizar la operación de emergencia.

Lo mismo digo de las enfermeras, la experiencia, reseñas o anécdotas de mis mayores me decían, respecto a la misión de las mismas, que aparte de suministrar tratamientos, asistir al médico e incluso asear a un paciente, era de dar un poco de consuelo y compañía verdadera, como parte del servicio. Creo que el que escoge una profesión, especialmente si esta es tan noble, debe quererla de corazón.

Pero eso ya no existe en el sitio a donde yo voy. Tampoco quiero generalizar, pero he observado y percibido que el 80% de estos personajes o empleados, a duras penas, cumplen con la parte mínima de lo antes mencionado. El 20% que quizá lo habrá hecho en mis idas y venidas habrá sido en mi ausencia y la de otros, que también comparten mis experiencias.

Recuerdo a una galena bien letrada, quien justificó el servicio inhumano que recibía mi familiar en su segundo día, como un resultado del sistema. Recuerdo que mi respuesta fue que todos, absolutamente todos, somos el sistema y que el sistema anda mal, porque nosotros andamos mal.

Estamos integrados a una sociedad distorsionada por gravísimos problemas sociales, relacionados directamente con la educación, la moralidad y honestidad individual. En conjunto y en resumen, los resultados son estos que vemos. Desde el más alto eslabón, hasta el más bajo, nos salpican y traspasan las fallas y parece ser que cada día estamos mas perforados y contaminados.

Hablarles con más detalles de mi destino final, sería como relatarles un trozo de un libro al estilo de Stephen King, profundamente pestilente y crudo. A veces creo que me equivoqué de lugar e ingresé distraída a la Morgue de Bello Monte.

Mueren cada día, uno, dos, tres, cuatro... y yo me quiero ir para mi casa.

Son llorados y los rezos son las sábanas mortuorias que les cubre en la cara su última expresión de vida. Con un poco de suerte, vengan a retirarlos en dos horas.

Hospitales, instituciones, escuelas y toda clase de entes y hogares disfuncionales, destrozados, moviéndose en la vida a media máquina, arrastrando viejas mañas, llenos de bajones y desesperanzas.

Sí, porque así me he sentido y esto que he escrito no se trata precisamente de dar ánimos a los que como yo, padecen la secuela de esta deprimente situación, donde la falta de insumos, de baños que funcionen, de habitaciones adecuadas, de ambientes limpios, de sueldos puntuales y justos, de instalaciones actas en términos generales, no son todos los males.

Tampoco trato de justificar a algunos, sólo trato de hacer ver que aunque el dinero es importante en nuestra querida tierra, no puede resolver todas las cosas, sobre todo si va de manera desproporcionada y equivocada a manos inadecuadas o lo que es igual, que no llegue.

Me asusta la enorme falta de sintonía entre las leyes y el derecho, el cumplirlas y otorgarlo.

Es simplemente reflexionar y actuar. Aquellos que tienen el sartén por el mango, levantarlo, no dejar que se nos queme, que se nos caiga.

Venezuela es grande, pero metidos y rodeados nos vemos reducidos por todos los problemas que generan aquellos que no cumplen con lo que deben hacer.



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sábado, mayo 01, 2004

No callaré

Autor: Yanett Polanco

No callaré de aquellos que dormidos se negaron a un creciente despertar.

De esos, que olvidados de sí mismos, secaron la semilla prematura, sembrándose en aliento moribundo de luces apagadas, de un fondo interminable y torturante.

Incesantes y perdidos, truncada su malicia natural, forrados en el polvo de sus días prestados, de círculos absurdos, golpeándose y golpeando a aquellos olvidados, los débiles y fuertes.

No callaré por todos ni en algunos, las frases de ignorantes revividos en pasajes de caminos, incrustados como piedras de mentiras y verdades.

De los que aún respiran con el aire prestado, suspirando y muriendo y reviviendo con un solo pulmón, de los que en una bocanada incansable, en un soplo de aire renovaron la brisa.

De los llenos de ideas, los vacíos de sueños, sin sonrisas verdaderas, los podridos, a los no levantados, de los más abrazados y los más solitarios, apartados a veces por burdas cobardías.

No callaré al dolor sin los sollozos simples, la alegría, sin las extendidas y fuertes risas, del amor y la caricia.

No callaré a los niños que crecen en saber de las esencias de la vida, herencia de las madres que amamantan, a los hombres, mujeres, galardonados en mares, curvas de jardines poseídos de ángeles y diablos inventados, bañados con la lluvia, con el sol, probando en una pausa la existencia en sequías.

No callaré en el hambre de las almas, prepucio tan ansioso, tan calmado del crecer, de estar y hacer.

No callaré aquel grito que rompe mi garganta, no huiré al silencio que baña mis estancias, en los sitios mohosos, en rincones brillantes, en los parques mullidos por la hierba mojada.

No callaré, ni cerraré los ojos, no quemaré la piel aunque me arda, por libre libertad de la añoranza, del dormitado anhelo por un tiempo, de querer acertar y equivocarme.

No callaré, aún en los silencios bendecidos, regalados, preciados, esos en los que es más dulce no decir nada y dejar que se destilen en fragancia, los rayos invisibles de mi alma.

Y no callaré jamás, el amor que me levanta, cada mañana por mi patria.

Y no callaré jamás la fe y la esperanza por este proceso tan hermoso que vive mi país...

Que Dios bendiga a Venezuela, cada centímetro de tierra, piedra, mar y río.

Que Dios bendiga a los venezolanos que creemos que si podemos salir hacia un horizonte soñado y catapultado durante tantos años.

Que bendiga también a los que no creen, porque también tienen derecho a no callar...



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